EL ÚLTIMO LIBRO DE SERGI PÁMIES


El último libro que he leído y al parecer el último también de Sergi Pámies, porque así es como se titula “El último libro de Sergi Pámies”, habla de tantas cosas, cuenta tantas historias y todas tan bonitas y especiales que, podría citar mil momentos de cada una de ellas, pero de todos ellos me quedo con éste.

El momento en que él le invita a ella a dar una vuelta en taxi por Paris, y rendido ante sus encantos femeninos, le sonríe. El resto, que os lo cuente Sergi.

“Lo que más cuesta de esa sonrisa es mantenerla dignamente en los labios. Por eso, cuando empieza a perder tersura, el hombre hace una mueca, sopla y, como si de una pluma se tratase, la manda hacia la joven. Hay dos posibilidades: que ella la acepte ó que la rechace. Expectantes, la noche y la lluvia se detienen para interesarse por el desenlace de ese gesto, hasta que, finalmente, ella opta por corresponderle. Aplicándosela en los labios, la clarinetista se prueba la sonrisa de él y la enriquece con una suya para, a continuación, escupirlas ambas hacia el retrovisor desde el cual el hombre – que no se atrevía a mirarla a los ojos- esperaba una respuesta. La sonrisa compartida rebota contra el espejo del retrovisor y se desentiende del taxista, que, para combatir el vaho de los cristales, ha bajado un dedo la ventanilla del conductor. Esta rendija de corriente de aire es suficiente para que , aspiradas, las sonrisas huyan del vehículo, levanten el vuelo y sean desviadas por el asta de una bandera tricolor que, a modo de timón, modifica su rumbo. La temperatura es de un grado centígrado. Si pudiera seguirlas, el hombre vería como las sonrisas sienten que, si no se resguardan inmediatamente, morirán congeladas. Por este orden, las vería virar a la búsqueda de una calle en la que refugiarse, recuperar fuerzas atravesando la humareda del extractor de una pizzería, saludar a una sonrisa asiática que circula en dirección contraria, aterrizar sobre el toldo de un pequeño restaurante, resbalar por su empapada superficie, intentar agarrarse durante unos segundos, caer, y , en lugar de estrellarse contra el suelo-como estaba previsto-,salvarse simplemente porque uno de los camareros-que habrá salido a la calle a mirar si todavía llueve-levantará la cabeza para mirar las nubes y no hallará señal alguna de tormenta, sino que se dará de narices contra una bisonrisa en caída libre y, contradiciendo el carácter tradicionalmente insufrible y petulante de los camareros parisinos, no sólo la aceptará sino que la adoptará encantado de la vida. De modo que, cuando la clarinetista y el hombre descienden del mercedes y, todavía en silencio, caminan hacia la puerta del local en el que han pactado cenar, no les recibe un malcarado maître sino un camarero les atiende con una afabilidad tan reconfortante y acogedora como el interior del restaurante”

1 comentario:

J. dijo...

Buen libro, Olcoz. Jajaa.